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QUEJARSE O ACTUAR

Actualizado: 1 dic 2020

En el distrito de Puente Piedra, al norte de Lima, la familia Ruiz Campoverde se alista para trabajar en la librería Dayenú, ubicada en el Callao. Ellos, como otros emprendedores peruanos, fueron obligados a cerrar sus negocios. ¿Cómo una familia que vive de su negocio afronta una crisis, en medio de una trágica pandemia?



NADA SE OPONE


Quince de marzo de 2020. Eran las 8 de la noche y Edwin Ruiz, junto a su familia, sintonizaban el mensaje a la Nación del presidente de la República. “Quince días no son nada” comentaban todos en la sobremesa, luego que el mandatario declarara Estado de Emergencia y aislamiento social por dicha cantidad de días, para prevenir los contagios a la COVID-19.


Era marzo, la campaña escolar estaba en pleno apogeo. De lunes a domingo recibían pedidos y los alistaban para ser recogidos por sus clientes, desde las 8 de la mañana hasta 11 de la noche. Josué y María Isabel, hijos mayores de la familia y trabajadores en la librería, eran los primeros en celebrar este “descanso”.


Aquella noche Edwin, ya recostado en su cama, conversaba junto a Socorro, su esposa. Sentía una presión en el pecho que no podía explicar. Las horas esa noche transcurrían lentamente. Edwin no dormía. Presentía que el tiempo de cuarentena no sería solo de quince días, en su interior sabía que este tiempo se prolongaría. Y así fue. Con la noticia de un mes más de aislamiento, decenas de clientes suyos cancelaban sus pedidos de útiles escolares. Las clases presenciales se suspendieron y la librería se quedaba sin clientes.


Edwin no podía creerlo. El negocio que tanto amor había recibido en la Ciudad Satélite Santa Rosa, iba a quebrar. Diariamente, recibía llamadas y mensajes del banco. El dinero que tenía no era suficiente ni para pagar sus deudas, tampoco para comprar material y mantener abastecido el local y mucho menos para mantener dignamente su hogar. Atravesó una crisis depresiva que duró poco porque, pese a todo, recordó el motivo por el que abrió el negocio. Su familia. Ellos lo necesitaban y no podía defraudarlos. Se arriesgó. Reunió a todos sus hijos y decidieron cambiar de rubro.


A fines de abril, la librería era un minimarket, con una tienda virtual propia y entregas gratuitas a domicilio.

María Isabel Ruiz a punto de cerrar la librería.

Fuente: Débora Ruiz


FORTALEZA


El día comienza en Puente Piedra. Todos despiertos desde las dos de la mañana para ir al mercado mayorista y abastecerse con los productos. Edwin se transforma en “Meteoro” y hace una ruta de 50 minutos por la vía de Néstor Gambetta, mientras sus hijos duermen en el auto, recargando fuerzas para lo que será un día de trabajo fuerte en el local del Callao.


Son las 5 de la mañana en la urbanización Santa Rosa. Los tres bajan las bolsas con todo lo que será vendido en el día. Dos horas después de ordenar todo en el almacén y en el local, abren la “Librería Dayenú”. Los varones empaquetan las provisiones que sus clientes solicitan a través de su página web, mientras que María atiende a las personas que se acercan a la tienda de la Calle 9.


Fue una mañana muy agitada, pero las horas siguientes traen un movimiento mayor. A las cuatro de la tarde se reúnen para almorzar. Mientras conversan, los varones se alistan para entregar las bolsas con los pedidos de sus clientes. A enfrentar nuevamente el tráfico de Lima.

Recorren el norte de Lima y entregan los productos, pero ya son las ocho de la noche, hora de cerrar el local. Los tres retornan a su punto de origen, Puente Piedra.


Casi 20 horas después, por fin están en casa. Edwin, Josué y María son recibidos por el portero del condominio y, después de pasar por los protocolos de bioseguridad, caminan en dirección al quinto piso de su edificio. Socorro les tiene la cena lista. Josué y María Isabel se sientan a comer mientras que Edwin se dirige a la habitación de sus dos hijos menores, María Fe y Samuel. Los niños están dormidos y él, se siente conmovido al verlos.


Toda la familia Ruiz Campoverde reunida.

Fuente: Archivo de Edwin Ruiz


Todo el sacrificio es por el bienestar de su familia y, como dice Rubén Blades, “familia es familia y cariño es cariño”.

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